martes, 19 de enero de 2010

HERACLIO BONILLA Y LA HISTORIA DE LA POLÉMICA


BORRACHERA NACIONALISTA Y DIÁLOGO DE SORDOS.

“Los libros que el mundo llama inmorales son los libros que muestran al mundo su propia vergüenza”.
(Oscar Wilde).
Éste es un ensayo de Luis Daniel Morán Ramos
aedo27@hotmail.com
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

INTRODUCCIÓN
El estudio del proceso de independencia de Hispanoamérica ha sido un tema recurrente en la historiografía. Para la década del setenta Pierre Chaunu afirmaba que en los últimos diez años, de los 50,000 títulos registrados, le están consagrados del 30 al 35%. Aquel interés sería el resultado de las celebraciones por los 150 aniversarios de dicho acontecimiento. En el caso peruano, 1971 significó la apertura, publicación y difusión en serie de trabajos, artículos y libros al respecto.

Incluso, el gobierno de turno, nombró una comisión especial para recopilar y publicar una inmensa colección documental sobre la independencia. El resultado final fue más de cien volúmenes de documentos impresos. Asimismo, el régimen militar proclamó haber iniciado la segunda emancipación del Perú. Eran los tiempos de oro de los historiadores. La historia cumplía en esos momentos un papel crucial en la creación de imágenes y discursos entorno al ideal del patriotismo nacional y la revolución.

El Estado utilizaba a la historia como un instrumento efectivo para legitimarse en el poder. Así, 1821 y 1971 fueron asociados rápidamente. El pasado servía al presente, lo inconcluso ahora era llevado a su realización final; la “liberación” definitiva del pueblo peruano. Es en esa coyuntura que aparece el libro editado por I.E.P. La independencia en el Perú.

Su tesis principal – la independencia fue concedida más que obtenida – causaría revuelo en el ambiente intelectual del país. A partir de entonces surge la confrontación de dos maneras de comprender e interpretar la época de la independencia, “una suerte de combate: historia contra historia”.

Precisamente, la investigación que desarrollamos a continuación tiene el objetivo de exponer y explicar ese conflicto. Para ello, analizaremos al historiador, su obra y el contexto histórico en el cual escribe. Es decir, a Heraclio Bonilla, su libro La independencia en el Perú, y los acontecimientos que suceden entre las décadas de los 50 y 70. Se hará explícito los factores externos e internos del surgimiento de la Nueva Historia en el Perú. Bonilla es ubicado dentro de aquella tendencia historiográfica que marca una ruptura con la vieja historia hasta ese instante elaborada. Luego realizamos una aproximación a 1971 y la celebración del Sesquicentenario de la Independencia Nacional. Como consecuencia de lo anterior, reconstruimos la historia de una polémica entre la Nueva Historia y la tradicional. Finalmente, presentamos las principales tesis y argumentos de ambas historiografías en pugna.

EL HISTORIADOR Y EL CONTEXTO HISTÓRICO EN QUE ESCRIBE
Edward. H. Carr considera que antes de estudiar historia se debe conocer al historiador,
incluso agrega, antes de examinar al historiador debemos indagar su ambiente histórico y social.

Aquí subyace la idea capital de estudiar al historiador en el contexto en que escribe, pues, él es producto de la historia y de la sociedad en que se desenvuelve. Además, “la historia cambia, se reconstruye de acuerdo a las necesidades de cada generación, se adapta a las urgencias de una época”. Así, los historiadores interrogan a la historia para tratar de encontrar una respuesta a su problemática actual. La interpretación que hacen de ella termina reflejando los dramas y las crisis de su propia sociedad. Sin embargo, aquello no quiere decir que el historiador traslade al pasado los rasgos características del presente, ni mucho menos, que todas las conclusiones a que llegue tenga por ello un carácter subjetivo.

Al afirmar que el historiador, al investigar el pasado, parte de las necesidades del presente, nos referimos a que “el presente no hace más que plantear un problema al historiador. La respuesta a ese problema la da el estudio del pasado ”. En ese sentido, es de vital importante situar al historiador a través de la historia, entender que en su formación intelectual y a lo largo de su vida académica y, tal vez, política, él es configurado y nutrido por diversas imágenes y concepciones existentes de la realidad que pertenecen a un tiempo y espacio determinado. Por lo tanto, su producción historiográfica se verá influenciada de aquel entorno del cual forma parte.

Hechas estas aclaraciones de principio, y en base a la premisa de que el historiador es
hombre de su propio tiempo, pasamos a analizar el caso de Heraclio Bonilla y el surgimiento de la Nueva Historia enmarcado en las transformaciones que se venían generando en la sociedad peruana y el ámbito internacional.

En palabras de Paulo Drinot: “Los 70 fueron una década de revolución en la historiografía peruana. En esa década, un puñado de investigadores repensó, reescribió y hasta cierto punto, reformularon mucho de la historia del Perú”.

Aquella revolución historiográfica recibiría el nombre de la Nueva Historia. El contexto histórico en que ella surge ha sido sintetizado de la siguiente manera: “Tanto los factores globales como los factores locales pueden ayudarnos a dar cuenta de la emergencia de la Nueva Historia. Globalmente, la Guerra de Argelia, la Guerra de Vietnam, y sobre todo, la Revolución Cubana, radicalizó a los jóvenes de alrededor del mundo, especialmente a los estudiantes universitarios [...] En el Perú, el crecimiento de la clase media, la expansión de la educación universitaria en la década de los 50 y 60, la corta duración de los movimientos guerrilleros de mediados de los 60, y las reformas introducidas por el gobierno de Velasco son sólo algunos de los factores que contribuyeron al surgimiento de una generación de investigadores con nuevas perspectivas y agendas. Los nuevos historiadores fueron representativos de una sociedad que estaba pasando por profundos cambios”.

Heráclio Bonilla junto a Manuel Burga, Alberto Flores Galindo, Wilfredo Kapsoli y Nélson
Manrique son los miembros principales de la Nueva Historia. Todos ellos tuvieron que verse afectados por la coyuntura enunciada líneas arriba. Así, ingresarán a la investigación histórica con el objetivo de contribuir a una profunda transformación social. Los temas eran elegidos en conformidad a su importancia revolucionaria, combinando lo académico con la activa militancia política.

Aquí no pretendemos analizar a cada uno de los miembros de esta generación y sus respectivos temas de investigación. Sólo nos interesa ahondar en la figura de Heraclio
Bonilla.

El historiador de La independencia en el Perú era provinciano, provenía de una modesta familia de la ciudad de Jauja. Su padre fue trabajador de uno de los centros mineros norteamericanos asentados en la zona. Recordando esa etapa de su vida, Bonilla nos dice: “pasé casi toda mi infancia en un centro minero donde mi padre trabajaba [...] y allí nació el deseo de comprender este mundo, de hacerlo comprensible a los demás y de contribuir a cambiarlo”.

Entonces, las motivaciones fueron desde un principio el fiel reflejo de su propia realidad social que experimentaba. Aquellas serían luego afianzadas en la década del 60 cuando ingresa a estudiar en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos. Allí se graduó de Bachiller en 1965, presentado un trabajo sobre Las comunidades campesinas tradicionales del valle de Chancay.

Inmediatamente, viaja a Europa y es en Francia en donde obtiene el doctorado en Historia por la Universidad de París con su tesis Aspects de L’Histoire Economique et Sociale du Pérou au XIX é Siécle (2 volúmenes, 1970). Así, después de permanecer por siete años en el exterior regresa al Perú. Bonilla venía con todo un bagaje académico actualizado. Es evidente la influencia de los Annales y, fundamentalmente, las enseñanzas de Ruggiero Romano, Pierre Vilar y el contacto cercano de Fernand Braudel, Pierre Chaunu y Francois Chevalier. También debe destacarse el importante aporte no solo en Bonilla, sino además en toda la Nueva Historia del marxismo althusseriano, la historia social inglesa (E.P. Thompson), la teoría de la dependencia y el estructuralismo. Asimismo, en el ámbito nacional es innegable el apoyo recibido por los trabajos de José Carlos Mariátegui (marxista convicto y confeso), Jorge Basadre y Pablo Macera. Este último ya más ligado a la Escuela Francesa.

La temática de las investigaciones de la generación de Bonilla iban en dos direcciones: los
estudios de historia económica, influidos por la llamada teoría de la dependencia, y los estudios sobre movimientos sociales que perseguían encontrar otros protagonistas de la historia.A todo ello, debemos incluir los acontecimientos políticos y sociales que se venían produciendo en el país a partir de 1968. El “Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada” en el Perú marcó el inicio del fin del predominio político de la oligarquía. Los militares “forjaron un plan de gobierno (el Plan Inca) que se proponía implantar las reformas que los partidos reformistas como el Apra y Acción Popular habían prometido pero no cumplido; y todavía más: poner en marcha una tercera vía, ni capitalista ni comunista”.

Así, se tenía la convicción de crear un nuevo modelo de sociedad nacionalista, humanista y
democrática.

La historia del régimen militar es conocida en cierta forma. Lo central, en este ensayo, es advertir la enorme influencia de todos esos cambios en la mentalidad y la praxis académica y política de los jóvenes universitarios de entonces. Un ambiente en donde hablar de revolución, cambios estructurales, luchas sociales, liberación nacional, independencia económica, participación popular, etc., era cosa de todos los días. Leamos un extracto del mensaje a la Nación de Velasco a un año del 03 de octubre del 68: “Estamos viviendo una revolución. Ya es tiempo de que todos lo comprendan. Toda revolución genuina, sustituye un sistema político, social y económico, por otro, cualitativamente diferente [...] Esta revolución se inició para sacar al Perú de su marasmo y de su atraso. Se hizo para modificar radicalmente el ordenamiento tradicional de nuestra sociedad”.

Así, los nuevos historiadores y científicos sociales, inmersos en el contexto de una revolución general, considerarán a la Nueva Historia como un paso hacia la revolución y una revolución en sí misma. Tendrán plena conciencia de la necesidad y la importancia de la transformación de su realidad existente. No se podía ser un intelectual comprometido si no se era revolucionario y no se era revolucionario si no se participaba de la vida política del momento.

La historia, en definitiva, adquiría un valor excepcional. Servía para legitimar el poder establecido o para acabar con él. El gobierno militar lo entendió perfectamente, y la utilizó de acuerdo a sus planes e intereses.
Aquel es el contexto histórico en que el historiador Heraclio Bonilla escribe su ya célebre artículo “La Independencia en el Perú: las palabras y los hechos”. No obstante, como él mismo lo reconoce, existió un hecho que fue, por decirlo así, como el detonante o el explosivo final: la celebración de los 150 años de la independencia. Entonces, su publicación fue una respuesta a la borrachera nacionalista que ocasionó dicho acontecimiento nacional así como por la urgencia de una revisión crítica de la historia del Perú.

1971 Y LA CELEBRACIÓN DEL SESQUICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ
Es evidente, que a lo largo de la historia, los peruanos estuvimos y estamos acostumbrados a las grandes celebraciones. No falta por allí un motivo cualquiera para desatar todo un acontecimiento. Recordemos, por ejemplo, la fastuosidad desplegada en los recibimientos a los virreyes, en donde toda la ciudad se vestía de gala y mostraba su prestigio y poder.

Asimismo, las autoridades eclesiásticas, en los tiempos coloniales, y aún ahora, promovían las festividades religiosas. Éstas constituían una ocasión especial para exponer el espíritu cristiano y devoto de los fieles. Tanto los espectáculos, rituales, fiestas y diversiones podemos entenderlos, también, como un instrumento- que utiliza la clase en el poder – para evitar algún desborde popular y mantener un equilibrado control social. Aquellas medidas adoptadas no serán extrañas en la época republicana. La herencia colonial se mantendrá todavía. Los nuevos y distintos gobiernos comprenderán que, para permanecer y legitimar el orden que ellos construyen, deben organizar el tiempo pasado y conformar su imagen en función de sus intereses políticos e ideológicos, es decir, ordenar el pasado a los intereses del presente. Esta premisa, así muchos lo quieran ocultar, es real y existe.

En 1971, el país se preparaba para celebrar los 150 aniversarios de la independencia nacional. El régimen militar de entonces auspició, elaboró e hizo realidad un gigantesco plan con ese fin. Al respecto, es reveladora la consulta de la prensa escrita del período. Si hacemos una revisión de los periódicos solamente en el mes de julio de aquel año, tendremos una idea clara y llegaremos a afirmar lo que Bonilla llamó la borrachera nacionalista del Sesquicentenario de la Independencia del Perú. Encontraremos muchas informaciones, trabajos, artículos, ensayos, reportajes y entrevistas directamente referidas a dicho evento. El gobierno mismo publicó un boletín informativo en donde daba cuenta de los preparativos, concursos, decretos y leyes, inauguraciones, fechas claves, agradecimientos, etc. No obstante, la empresa más espectacular fue la edición de la Colección Documental sobre la independencia, en más de 100 volúmenes.
Además, de la realización en el Perú del V Congreso Internacional de Historia de América. Allí, se reunieron los más “destacados” intelectuales para debatir la problemática independentista.

El Estado, por lo tanto, supo sacar provecho de la euforia nacionalista que él principalmente impulsaba. Así, la historia, y lo que el régimen quería, se transmitía en los colegios, las conmemoraciones y días festivos plasmado en el calendario cívico, los filmes, la televisión y la prensa, la Numismática, los monumentos, el nombre de calles, parques, plazas y avenidas. Se intentaba por ese medio la creación de una conciencia colectiva en concordancia con los ideales nacionales. La historia terminaría convertida en un instrumento del poder político. Y los militares llegarían a difundir la idea de estar realizando la segunda y definitiva emancipación del país.

LA HISTORIA DE UNA POLÉMICA
En respuesta a la borrachera nacionalista de 1971, el Instituto de Estudios Peruanos recopiló y editó un conjunto de ensayos destinados a dar una visión actualizada y crítica del proceso de la emancipación. Aquella publicación originó una polémica encendida, en donde el insulto y la sátira, menos la crítica bien razonada, reinaron a la orden del día. Las principales tesis del libro eran totalmente contrarias a lo que hasta ese momento venía difundiendo la historiografía tradicional. De ahí la confrontación que se produjo. Así, nace la historia de una polémica que termina en un diálogo de sordos, sin la profundización o el desarrollo de investigaciones que refuten o amplíen lo argumentado por Bonilla y Spalding.

En apreciación de Pablo Macera- quien escribe un comentario al texto antes que se inicie el conflicto, pero que se publica luego de él : “después de la reciente contaminación ambiental producida por el Sesquicentenario de la Independencia (1821-1971), debemos agradecer que Heraclio Bonilla traiga voces diferentes y perturbadoras para interrumpir esa celebración.” No obstante, Macera advierte como anticipando lo que sucedería: “no basta con señalar un error y destruir una imagen convencional [...]. Esa es una tarea previa pero no suficiente [...] Es necesario por eso dotar a la sociedad peruana de un conocimiento sustitutorio científicamente válido a cerca de la Independencia [...] [Sino] todo lo dicho carecería de importancia y sólo sería un pleito de intelectuales”. La última idea que señala Macera se cumpliría. El pleito de intelectuales empezaría y llegaría hasta la prensa escrita.

La tormenta histórica tiene como fecha inicial el 3 de mayo de 1972, a partir del artículo que aparece en la editorial del diario El Comercio, La Interpretación Marxista de los hechos históricos del Perú. Sin embargo, opiniones divergentes y en rechazo a los postulados del libro La independencia en el Perú, se venía dando desde el mes de su publicación en febrero de aquel año.

Volviendo al editorial que presentó El Comercio, debemos indicar la crítica que se hace a los marxistas por restarle méritos a los peruanos que lucharon por la emancipación de 1821. Para El Comercio era necesario no permitir “que prosperen y se difundan esas interpretaciones marxistas de nuestra historia”. Dos días después, en el mismo periódico, se produce la denuncia del Doctor Alberto Tauro del Pino contra el texto del IEP. Aquel historiador concluye que “la influencia que el libro mencionado está destinado a ejercer es absolutamente negativa.” Además, expresa que los ensayos allí contenido son estudios provenientes de “extranjeros que miran la historia latinoamericana (y por ende peruana) desde una afectada superioridad; y no sólo no la entienden, sino que la deforman”.

Por su parte, El diario La Prensa en su Suplemento Dominical del 7 de mayo pone más leña al fuego. Califica de revisionistas a los historiadores que escriben sobre la incapacidad revolucionaria de los peruanos en 1821. Asimismo, critica la carencia de sustento documental y el carácter abiertamente dogmático y tendencioso de sus afirmaciones ligeramente formuladas. Así, termina afirmado que “ por donde se le observe, la visión marxista de la historia peruana, como en general la de cualquier otro país, conduce a conclusiones aberrantes, arbitrarias, carentes de sustentación desde todo punto de vista [...] [y] por más que se esfuercen, no podrán evitar que partiendo de premisas ridículas sólo puedan arribar a conclusiones ridículas”.

Las reacciones no se harán esperar. Los periódicos Expreso y La Nueva Crónica, cada uno a su manera, denunciarán la campaña de típico corte macartista que había iniciado El Comercio y La Prensa, a consecuencia de la publicación del libro La independencia en el Perú. Para el diario Expreso la posición asumida por El Comercio es reaccionaria, porque quiere aferrarse al pasado y eternizarlo no permitiendo una revisión crítica y científica de la historia nacional. La Nueva Crónica, por su parte, penetra un poco más en los verdaderos intereses que tiene El Comercio: “Esta campaña inquisitorial y macartista [...] dista mucho de ser solamente una cuestión de historia. Estamos, en realidad, ante una torva maniobra política de la familia propietaria”.

El fin esencial era poner al gobierno en un disparadero de censurar e incluso reprimir el libro. Sin embargo, “El Gobierno no toma posición, ni tiene por qué hacerlo, en un debate que debe ser científico”. Así, se critica duramente dichas maniobras de la prensa reaccionaria y oligárquica. Un título de la editorial de La Nueva Crónica lo demuestra claramente: “La historia:¿propiedad oligárquica?” En síntesis, tanto el diario Expreso como La Nueva Crónica defienden la libertad de pensamiento y expresión. La necesidad de una revisión crítica de nuestra historia y censuran todo intento represivo.

Una aclaración antes de seguir. Si analizamos la confrontación entre la prensa escrita, nos daremos cuenta que se trata realmente de una oposición entre clases sociales. Las cuales utilizan a la prensa y a la historia para defender sus intereses. Así, es explícito que El Comercio y La Prensa sean asociados a la oligarquía contrarevolucionaria, mientras que El Expreso y La Nueva Crónica apoyando al gobierno militar. Entonces, ¿no sería sólo un pretexto bien aprovechado por ambos bandos la publicación y las tesis del libro cuestionado? Treinta años después de aquel hecho las opiniones parecen confirmar que así fue.

Continuemos con la polémica. El historiador Heraclio Bonilla el 13 de mayo ofreció dos entrevistas. En ellas reafirmó sus argumentos vertidos en su investigación sobre la independencia.

Asimismo, hizo un llamado urgente a los jóvenes historiadores para revisar y corregir la Historia del Perú. Porque era imprescindible, a través de aquella revisión, la “elaboración de una lúcida conciencia histórica al servicio de la liberación del hombre, sin duda, la destrucción de una nacionalidad oligárquica”. Y, ante los ataques de los sacerdotes de la memoria histórica tradicional, Bonilla termina con esta frase: “critiquen pero no insulten”.

Una tercera entrevista, realizada por Cesar Hildebrandt en la revista Caretas, permite a Bonilla ahondar en sus explicaciones en torno al tema. Sólo me queda destacar el juicio que emite el periodista y que se resume en el mismo título del diálogo: “La herejía de Bonilla. Entrevista al responsable de un saludable escándalo”.
Posteriormente, el propio autor de La Independencia en el Perú, en dos artículos publicados en la revista Sociedad y Política, hace un balance de lo sucedido. En el último de ellos concluye así:

“Este breve artículo no tuvo otro propósito que el de aportar algunos elementos a la discusión sobre la situación de la historia en nuestro medio, el de señalar la profunda debilidad teórica de los supuestos de la Historia reaccionaria y el probar que la necesidad de una revisión crítica de la historia peruana, no es pues el resultado de la obra de malos consejeros o de espíritus escépticos, sino que se funda en exigencias de inobjetable valor científico”.

Finalmente, en 1974, en la introducción de Guano y Burguesía en el Perú, Bonilla expresa -en clara alusión a la crítica que le hiciera dos años antes la CNSIP sobre la carencia de sustento documental en sus argumentaciones – “Estos estudios [los que hace en Guano y Burguersía] están basados fundamentalmente en los archivos [...] puedo decir que toda afirmación está sustentada por un documento. Espero que esto contente a quienes todavía creen que el oficio de historiador sólo se limita a desempolvar viejos papeles y no a manejar ideas”. Recordemos, que los historiadores que elaboraron la Colección Documental de la Independencia del Perú, se jactaban de ofrecer un inmenso material para la consulta de aquel proceso histórico. Incluso, llegarían a decir que: “no se pretende entregar una interpretación peruana de la Independencia, sólo se persigue publicar con el mayor rigor técnico posible, con la mayor exactitud, sin ocultamientos, ni retaceos, los más expresivos testimonios de la vida peruana durante la Emancipación. Ese es el contenido de la Colección Documental”.

Nadie duda del enorme aporte que significó los más de 100 volúmenes de documentos impresos. Sin embargo, deben entender estos historiadores que nuestro trabajo no se reduce a dar a conocer solo fuentes, sino el ofrecer una interpretación y explicación histórica. Porque los documentos por sí solos no dicen nada, tenemos que saber interrogarlos. Allí radica nuestra labor esencial. Entonces, no es saludable que los llamados historiadores tradicionales solamente se contentasen con editar documentos, repetir viejas tesis, negándose así a darnos una visión nueva y distinta sobre la independencia. Aquella actitud podría hacernos pensar que para ellos la Historia del Perú en su plan general y la emancipación en particular, ya estaba elaborada en gran parte. Y que sólo quedaba completar o sustentarla mejor. Es así, que las investigaciones de Heraclio Bonilla y de otros científicos sociales que vendrán después (sobre distintos temas), pusieron en cuidados intensivos a la historia tradicional peruana. La revisión científica y crítica se abrió paso y una nueva imagen se empezó a construir desde esos momentos.

A continuación, presentamos los principales argumentos tanto de la historia tradicional y la Nueva Historia. No obstante, debemos señalar que hemos agregado algunos aportes historiográficos recientes en la problemática que nos ocupa.

TESIS PRINCIPALES EN CONFLICTO *
Para la historiografía oficial la independencia es un proceso nacional, es el resultado de una toma de conciencia colectiva. Lo cual demostraría la unidad y uniformidad de la población peruana, es decir, el Perú mestizo como el protagonista principal de la lucha emancipadora. Es un proceso nacional, nos dicen los tradicionalistas, porque abarca un período de tiempo en donde se inicia –con la rebelión de Túpac Amaru en 1780-, desarrolla, consolida y consigue nuestra liberación de España, que se extiende a lo largo del virreynato peruano.

Así, queda implícito que todas las regiones del Perú buscaron la ruptura con el régimen colonial. Además, la toma de conciencia colectiva lleva a entender que tanto los criollos, mestizos, indígenas, negros y demás castas, hicieron suya la idea común de lograr su independencia. Los grandes desequilibrios sociales dejaron de existir y todos unidos -en la sociedad mestiza- con una sola meta, obtuvieron el triunfo.

La historia no oficial va a refutar aquellas tesis. La independencia fue un proceso pero no nacional. Las diferentes regiones del virreynato no tenían los mismos intereses ni deseaban la separación definitiva. Igualmente, es erróneo hablar de una toma de conciencia colectiva por la mayoría de peruanos así como la formación de un Perú mestizo. Porque no existió una unidad en la sociedad colonial. Ésta fue “altamente estratificada y diferenciada y sus líneas de separación y de oposición fueron trazadas a partir de criterios económicos, raciales, culturales y legales”. Es una sociedad heterogénea con un gran abismo social, en donde no es apropiado sustentar la existencia de una sociedad mestiza. Aquí, podemos darnos cuenta, claramente, la manipulación del pasado a las exigencias del presente. Para la historia oficial no es nada bueno difundir el conocimiento de las grandes fisuras sociales. Lo útil es su ocultación y dar la imagen de una sociedad armónica y cohesionada, cuando en verdad no fue así.

Por otra parte, la historia tradicional se equivoca al afirmar que la emancipación se inicia con la sublevación de Túpac Amaru en 1780. “Esta rebelión, a pesar de lo que corrientemente se afirma, no tuvo vinculación directa con la independencia [....] se produjo cuatro décadas antes y fracasó”. Incluso, la rebelión en vez de causar una propagación del descontento popular y la búsqueda de libertades, ocasionó la consolidación del orden colonial. Debido a que el gobierno virreinal llevó a cabo una represión brutal contra todos aquellos que habían participado en la insurgencia. Los criollos, que en un primer momento apoyaron la lucha del cacique de Tungasuca, pronto le dieron la espalda al ver la peligrosidad que causaba la movilización indígena.

El mencionado hecho histórico demuestra, según la historia no oficial, la incesante persistencia en encontrar causas netamente internas en el proceso independentista. El contexto internacional en que estuvo inmersa la corona española es tomado como simples influencias. Sin embargo, hay que recordarles a los tradicionalistas, que la independencia del Perú y Sudamérica fue posible gracias a la crisis del Estado metropolitano. La invasión francesa a la península en 1808, motivó que el imperio español estuviera más preocupado en lograr su propia liberación, que en dedicarse a resolver los problemas de sus colonias en América. Entonces, si preguntamos por el inicio de la emancipación, el año de 1808 sería el establecido.

La interrogante fundamental que debemos hacernos, en nuestras indagaciones, es sobre el significado histórico de la independencia peruana. El 28 de julio de 1821 y los hechos que suceden hasta la capitulación de Ayacucho, marcan el nacimiento del Estado Peruano independiente, la separación definitiva de España. Es, también, “la esperanza en una vida más justa y mejor, en la afirmación de la libertad del hombre [...] es el principio de la conducción del Perú por cabezas y manos nacidas en esta tierra [...] y es igualmente el principio de una promesa”. Pero, en palabras de Basadre, “lo tremendo es que aquí esa promesa no ha sido cumplida del todo”. En consecuencia, de qué clase de independencia estamos hablando.

Para la historiografía tradicional la emancipación no es solamente una independencia política sino “es el paso de una era que concluye a un mundo que se contempla y se espera mejor”. En síntesis, “es un tránsito, un cambio, una transformación” en todo ámbito, pero “dentro de una continuidad de la vida peruana”. Por eso afirman que, “la independencia asume, incorpora a sus nuevos ideales e ilusiones al hombre virreinal y a la sociedad creada en ese tiempo”.

Desde una perspectiva distinta, la historia no oficial sustenta la tesis de una ruptura política mas no económica ni social. En lo político, la metrópoli española dejó de tener injerencia en el Perú, los virreyes desaparecieron. El mando del Estado quedó a cargo de los ciudadanos peruanos.

No obstante, aclaremos, que fue un grupo reducido quienes se convirtieron en la clase social dominante. De ahí que la independencia se considere eminentemente criolla. En el aspecto económico, pasamos del dominio colonial español a la supremacía comercial inglesa; subordinados exclusivamente a la nueva potencia del mundo. Socialmente siguió existiendo una sociedad heterogénea con un gran abismo social. Aquello se demostró con la exclusión de los indígenas como seres inútiles e incapaces que no podían manejar los destinos del país- y el predominio de los criollos. Realidad que pone en evidencia las grandes desigualdades sociales presentes en la época.

“La estructura social queda efectivamente intacta”, más aún, nos dice Basadre, la condición de las masas populares “empeoró durante la república”. Recordemos, por ejemplo, el mantenimiento de la esclavitud y el tributo indígena hasta 1854, año de su abolición; el tardío reconocimiento de la existencia legal de las comunidades indígenas en 1920; y la presencia popular en el sistema electoral en 1980, después de 159 años de lograda nuestra liberación. En suma, la independencia “no significó en manera alguno la quiebra del ordenamiento económico y social de carácter colonial que continuó vigente hasta el ocaso del siglo XIX”.
Si profundizamos un poco más, tendríamos que preguntarnos ¿Quiénes consiguen la ruptura política con España?

Para la historia no oficial, fue lograda “por la decidida y eficaz intervención de los ejércitos del sur (San Martín) y del norte (Bolívar)”. Se trataría de una independencia traída de fuera y no conseguida por los peruanos. Es decir, “una independencia concedida más que obtenida” (Heráclio Bonilla). En cambio, la historiografía tradicional está convencida que la emancipación “es un proceso que se manifiesta y madura lentamente”, resultado de una serie de conspiraciones y rebeliones nacidas en nuestro territorio que sólo para la victoria final necesitó el apoyo de regiones vecinas. Es una independencia peruana y no imposición de extraños.

Todo lo expresado, anteriormente, conduce a indagar el papel de los actores históricos – la clase social dominante y los sectores populares – en el período independentista. La historiografía no oficial es contundente al afirmar que la clase dominante no deseaba la separación definitiva de España, sólo buscaba reformas dentro del mismo sistema colonial. “La elite prefería la seguridad al cambio y no estaba preparada para poner en peligro su predominio social por amor a la independencia”. El impase político y militar entre 1821 y 1824, constituye una de las pruebas de que los peruanos no habían optado por ser independientes. Al final, “la elite peruana no luchó por la independencia. Se conformó y se acomodó” a las circunstancias del tiempo. Aquí apreciamos el carácter dubitativo de aquella clase social.

La historia oficial va a entender aquel suceso, en un primer momento, como algo natural debido al ambiente cambiante de la época. Posteriormente, esa incertidumbre, según los tradicionalistas, terminó y se pasó de una fidelidad inicial a la corona al inevitable reconocimiento de separación.

Ahora, ¿Cuál es el punto de vista de la historia tradicional sobre las clases populares? Al revisar los textos podemos advertir la mayor importancia que se le da a los próceres, ideólogos y personajes ligados a la vida política. El pueblo es nombrado pero no con el verdadero valor que merece. No obstante, los oficialistas creen en la decidida participación del hombre peruano en la lucha por su liberación. En forma contraria, la historia no oficial, declara que existió una limitada colaboración popular que estuvo presente en ambos bandos en conflicto. Tanto patriotas como realistas utilizaron diversos mecanismos (por la fuerza o el engaño) para conseguir su adhesión.

Aun así las grandes mayorías no acudieron en forma masiva, pues, no veían que mejoraría sus condiciones de vida. Era una independencia “hecho por –y para- las capas altas de la sociedad colonial”. De ahí ese “gran silencio de las masas populares del Perú”.

En opinión personal, discrepo con ambas historiografías que se van al extremo de decir que fue una acción de todos o ausencia casi total. El problema radica en el no conocimiento cabal de la naturaleza de su colaboración. Consecuencia de la falta de investigaciones exhaustivas e integrales.

Sin embargo, los últimos trabajos de Charles Walker, Sarah Chambers, Gustavo Montoya y Marie Demélas nos abren perspectivas diferentes al respecto.

Finalmente, de todo lo expuesto hasta aquí, podemos afirmar que el artículo que escribieron
Bonilla y Spalding en 1972, a pesar de su carácter ensayístico y aproximativo, permitió a partir de entonces repensar de historia de la independencia peruana.

CONCLUSIONES
Al revisar un libro de historia no basta solamente en comprender su contenido. Se hace
necesario conocer al autor. Mas importante aún, indagar y ubicar el contexto histórico en el
cual escribió la investigación. Así, la premisa de que el historiador es hombre de su propio
tiempo es fundamental. Porque explicaría sus motivaciones, intereses y tendencias así como
su propia producción historiográfica.


En base a esta idea, situamos a Bonilla y a toda la Nueva Historia dentro de los
acontecimientos y transformaciones que venía ocurriendo en la sociedad peruana y en el
ámbito internacional, entre las décadas del 50 y 70.


Los factores internos y externos nos permiten apreciar que durante ese lapso de tiempo, los nuevos historiadores y científicos sociales, inmersos en el contexto de una revolución
general, considerarán a la historia como un paso hacia la revolución y una revolución en sí
misma. El gobierno militar no estuvo desligado a dicho pensamiento.


En el caso de Heraclio Bonilla, debemos agregar la tremenda propaganda política y
nacionalista desatada por la celebración del Sesquicentenario de la Independencia. Aquel
hecho impulsó, a Bonilla junto con Spalding, a publicar el libro que daría inicio a una
polémica que terminó convirtiéndose en un diálogo de sordos.


Nace así la historia de una polémica en donde se insulto y la sátira, menos la crítica bien
razonada, reinaron a la orden del día. La historia tradicional versus la Nueva Historia.
Incluso, esta confrontación al llegar a los medios de comunicación, mostró la oposición
entre clases sociales enfrentadas. Existió, por lo tanto, una relación entre historia, prensa
escrita, poder político y opinión pública.


En síntesis, la historia tradicional volvería a repetir viejas tesis: la independencia como
proceso nacional, resultado de la toma de conciencia colectiva de todos los peruanos.
Mientras que la Nueva Historia, a través de una revisión crítica, señalaría: la independencia
fue traída de fuera y no conseguida por los peruanos. Es decir, una independencia
concedida más que obtenida.


Al fin y al cabo, lo esencial que dejó esta tormenta histórica fue haber abierto una
perspectiva distinta para repensar el proceso independentista en el Perú.

PERIÓDICOS Y REVISTAS
! El Peruano, 1969,1971-72.
! El Comercio, 1971-72.
! La Prensa, 1971-72.
! Expreso, 1971-72.
! La Crónica y La Nueva Crónica, 1971-72.
! Correo, 19741-72.
! Extra, 1971-72.
! Caretas, 1971-72.
! Gente, 1972.
! Textual,1972.
! Rikchay Perú. 1970-72.
! Sociedad y Política, 1972.
! Boletín Informativo de la CNSIP, 1970-74.

BIBLIOGRAFÍA
ANNA, Timothy 2003 La caída del Gobierno español en el Perú. El dilema de la independencia. Lima: IEP.
BASADRE, Jorge 1973 El azar en la historia y sus límites. Lima: P.L. Villanueva.
1990 La promesa de la vida peruana. Lima. Augusto Elmore, Editor.
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La Independencia en el Perú- Libro de Heráclio Bonilla y el IEP

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lunes, 18 de enero de 2010

¡GLORIA A LOS HÉROES DE SAN JUAN Y MIRAFLORES, 13/15 de enero, 1881...!


12 de enero de 2010
AUTOR: Herbert Mujica Rojas
Aprendamos a esperar siempre sin esperanza; es el secreto del heroísmo.
Maurice Maeterlinck (1862-1949) Escritor belga.
Es casi seguro que por esa majadería pusilánime de las cuerdas separadas, fábrica de mediocres acostumbrados a regalar lo ajeno y a sentirse foráneos en su propio país –Perú- el gobierno, la diplomacia, el Congreso, las instituciones regionales, distritales y sociales, harán casos omisos de las efemérides del 13 y 15 de enero próximos.

En San Juan y Miraflores, en aquellas fechas en 1881, Lima combatió al invasor chileno en una guerra de rapiña cuyo resultado se supo desde el comienzo. La improvisación, el amiguismo, el latrocinio, el divorcio entre la capital centralista y el resto del país, amén de una cáfila de líderes profundamente venales, hizo el resto. La disimulada, por historiadores a granel, torpeza criminal de Nicolás de Piérola, su elefantiásico ego, su miopía insólita, hizo de la conducción del país, un lampo negro de siniestros contornos. Lima fue arrasada, acribillados sus hijos, invadidos sus predios, enajenado el gobierno.

Las improvisaciones se pagaron muy caro y hasta 1879 hubo una historia patria y a partir de aquel año, otra. Se desnudó la precariedad infame y lo tenue del tejido social de entonces y a partir de aquellos trágicos sucesos, pandillas de historiadores dedicaron su tiempo a cubrir la traición de sus parientes, los entreguismos enfermizos y las peores taras asolaron al Perú hasta hoy, hechos de los que no hemos podido sacudirnos de manera integral, radical, profunda.

Pareciera la historia repetirse en nuestros días. Diplomáticos cobardes, gobernantes siempre bebedores de la pócima de la cobardía infame, políticos orgullosos de su ignorancia, traficantes sociales que viven de la pobreza, declinan afrontar un tema que encuentra una posibilidad extraordinaria en el contencioso que tiene en La Haya Perú con Chile.

Los mártires y héroes genuinos del pueblo, trabajadores, campesinos, rabonas, soldados desconocidos, casi nunca son recordados, en cambio se endiosan apellidos notables y se ejercita la contaduría de historias acordadas entre bambalinas pudientes y acérrimas aficionadas a saquear las intensas riquezas de que sigue gozando el país. Para los de abajo, como diría Mariano Azuela en su inolvidable novela sobre la Revolución Mexicana, este año en su centenario glorioso; para quienes hicieron de una patria chúcara que casi nunca los reconoce como suyos, el homenaje más intenso y más respetuoso por su sacrificio en San Juan, Chorrillos, Barranco y Miraflores, y en todo el Perú.

Fue, la guerra de rapiña que Chile emprendió contra Perú en 1881 y hasta 1883-84, un suceso que aún no ha sido analizado genuinamente. Y tampoco, por cierto, superado.

(Fdo. Herbert Mujica).

HISTORIA, MADRE Y MAESTRA 
ANEXOS (Escrito por Alberto Llanos- periodista ayacuchano)

El desastre acaecido en Lima debe analizarse en dos etapas: los preparativos en sí y el desenlace, al conformar cada episodio aspectos diferentes de un mismo drama e, igualmente, fue el suceso que contó con nuevos factores que no ocurrieron en los acontecimientos previos, como la movilización masiva de la población capitalina y su conjunción con elementos nativos provenientes del ande central.

Debe destacarse que, en la campaña del sur, fueron movilizados casi exclusivamente ciudadanos de esos departamentos, combatiendo en Pisagua, Tarapacá, Moquegua, Tacna y Arica, soldados nativos de los departamentos comprometidos y de los vecinos como Arequipa, Puno y Cusco. Para la batalla de Lima, convergieron a la capital, sea en forma de batallones o para formar parte de estos, movilizables, muchos de ellos nativos procedentes de todo el Perú, lo cual se produjo por la confusión que Piérola hiciera en los ejércitos del Norte y el del Centro, dejando el segundo ejército del Sur en Arequipa, al cual le cambió de denominación dándole el nombre de la ciudad y dejándolo al mando del prefecto del Solar.

¡MUERA EL GUSANO DE PIÉROLA…!

En la batalla de Lima, Piérola asumió el mando absoluto del ejército, ordenando y disponiendo por encima de los militares profesionales y las más de las veces, prescindiendo completamente de ellos y de los consejos que le dieran. Nadie llegó a precisar el grado de conocimientos sobre táctica o estrategia que poseia el dictador, si es que tuvo alguno.

Debe destacarse también que, en Lima, por primera vez se utilizó armamento producido íntegramente en el país, en las factorías de Lima, especialmente cañones. En la campaña del sur, se usaron parte de los rifles Chassepot modificados en Lima para mejorar su sistema de tiro.

Igualmente, surgieron iniciativas de paz que, de prosperar, hubieran llevado al fin de la contienda. Por último, surgió en el Perú una fuerza que se puso al servicio del invasor y fueron los chinos, que vieron la oportunidad de liberarse del vasallaje, casi esclavitud, a que estuvieron sometidos.

EL TODAVÍA BRUJO DE LOS ANDES

En Miraflores el héroe de la jornada fue Andrés Avelino Cáceres, quien a cargo de un sector de la defensa, se multiplicó en sus esfuerzos, conteniendo uno tras otro los ataques enemigos mientras sus fuerzas se reducían por la creciente cantidad de muertos y heridos que sufría.

Y sus esfuerzos que pudieron tener diferente final, no fueron alcanzados por carencia de refuerzos, que, a escasos kilómetros esperaban las órdenes de avanzar y que nunca llegaron. Era demasiado pedir a Cáceres lo imposible, pero estuvo a punto de lograrlo con su espíritu combativo, conocimientos y experiencias militares y, especialmente, su indomable patriotismo que lo impulsó a continuar luchando en defensa de la patria, en busca de un solo objetivo, que los adversarios desaparecieran del suelo nacional, que éste no fuera hollado por ningún enemigo, por eso, en medio de la derrota producida al final del día, se retiró del campo de batalla con una sola idea: proseguir la guerra contra el invasor en el lugar que fuere, pero continuar resistiendo.

Sabría agenciarse recursos y el futuro lo encontraría defendiendo el honor nacional. Recogió el mensaje de Grau y Bolognesi. Sabiendo que sus sacrificios no fueron en vano, no podían serlo, ya que eso hubiera implicado la desaparición del país como organismo de características propias: una bandera y escudo y también fronteras sagradas que seguiría defendiendo. Los demás podían huir o incumplir su deber. El no, seguiría en la lucha.

Los chilenos, siguiendo sus consignas y órdenes gubernamentales; en el pueblo de Miraflores, recién capturado, dieron rienda suelta a su venalidad criminal y espíritu de rapiña, frente a la alegre mirada de jefes y oficiales, incluido el ministro de guerra Sotomayor, sabiendo que, sin participar directamente, recibirían su parte del botín, para eso hicieron la guerra y la razón de capturar la capital donde suponían se encontraba el gran tesoro y, en espera de ese momento, prepararon sus bombas incendiarias y reconfortaron sus instintos depredadores y asesinos pensando en la orgía de sangre y fuego que desatarían sobre el infeliz Miraflores.

CHILENOS IMPÍOS E INCRÉDULOS

Como el ejército chileno ya había recibido con unción, la bendición del Sumo Pontífice León XIII, deseándoles la victoria y suponemos absolviéndolos de todo pecado cometido o por cometer en suelo peruano, los capellanes del invasor, fueron los encargados de justipreciar libros, documentos e incunables, además de objetos de arte y cuadros que contenía la Biblioteca. Con la minuciosidad que caracteriza al que roba con calma y ventaja, visitaron y se hicieron mostrar lo mejor de las obras y dónde estaban ubicadas, expresando profundo interés de bibliómanos, aunque sus lecturas nunca pasaron de breviarios y misales. El director, doctor Manuel Odriozola, sin sospechar la mala fe de los eclesiásticos, mostró los tesoros y obras valiosas que las estanterías contenían y los sacerdotes con gran empeño anotaban la información y solicitaron les mostrara otras más, hasta que se agotó la valiosa muestra. Se despidieron y ofrecieron regresar al día siguiente.

LADRONES, RANDAS, CLEPTÓMANOS, CACOS…

Durante la noche, tal como acostumbró efectuar sus rapacerías el ejército chileno, todas las valiosas obras que Odriozola mostrara a los beatíficos padres, fueron sustraídas y, el oficial chileno, frente a la queja, informó que efectivamente había visto sacar los libros pero como eran en tal volumen y cargados en carretas a la vista de todos, pensó que no se trataba de apropiación ilícita, además, las autoridades de ocupación, frente a la denuncia de la desaparición de los libros, expresaron "que persona alguna tenía derecho de examinar los actos de las autoridades chilenas".

Días después de este primer robo a la Biblioteca, se presentó el carnicero de Arica, coronel Lagos, en compañía de una comitiva de chilenos vestidos de etiqueta, para que por lo menos se dijera que eran ladrones de guante blanco, y recorriendo las estanterías, comenzaron a recoger de ellas las obras que les interesaron y dispusieron llevárselas, frente al pedido de un recibo, Lagos contestó que más bien entregara las llaves del establecimiento porque mandaría recoger todo su contenido y efectivamente, recogieron por carretadas, más de cincuenta mil libros que componía el patrimonio bibliográfico, aparte de más de ochocientos manuscritos, que se les consideraba "verdaderas joyas" y otros documentos, todo lo cual, en su mayor parte, se encuentran en la Biblioteca Nacional de Santiago y en bibliotecas privadas, expresión de ese increíble latrocinio.

Después de desmantelar la Universidad y Biblioteca Nacional, los invasores prosiguieron con el Archivo Nacional y siguieron con la Escuela de Artes y Oficios, de donde se llevaron toda la maquinaria de los talleres y los libros de ciencias. El célebre reloj de Ruiz. Luego, la entrada al saco que no se produjo después de Miraflores, se convirtió en robo descarado, cínico, pero ordenado y metódico, desmantelaron y se llevaron hasta las rejas de los edificios, en esa forma, fueron sustrayendo los archivos de los ministerios y el de Palacio de Gobierno, porque Piérola, en su huida, ni siquiera se le ocurrió que los documentos fueran retirados, al contener toda la documentación secreta de la diplomacia peruana y de situaciones internas de uso muy restringido.

…MUCHOS PERUANOS AYUDARON A ROBAR

No sólo saquearon el íntegro de la maquinaria de los talleres de producción de municiones y la fábrica de pólvora, sino que igualmente transportaron a Valparaíso la imprenta del Estado, cargando con toda la maquinaria de impresión, tipos y demás elementos de impresión. Igualmente sustrajeron toda la imprenta del diario privado "La Patria". El papel que no pudieron llevar, lo remataron en las calles de la ciudad.

De los ministerios y Palacio de Gobierno, no sólo extrajeron los documentos, sino que los vaciaron en cuanto a equipos, maquinarias y mobiliario y, algunas de esas piezas fueron a decorar las casas de algunos colaboradores.

Se apropiaron del contenido del Palacio de la Exposición, comenzando por los objetos de arte. Trasladaron a Santiago una valiosa obra del pintor Merino sobre Colón exponiendo su proyecto del nuevo mundo, que había obtenido el gran premio de la exposición de Paris. Igual trato recibió la Sociedad Fundadores de la Independencia de la que se llevaron entre otros, hasta los retratos de San Martín y Bolívar. De parques, calles y paseos públicos de la ciudad sacaron las estatuas de ornato, figuras de animales y otros. De la Escuela Militar, no sólo hurtaron libros y mobiliario, sino que barrieron hasta con el menaje de cocina y servicio de comedor. En el jardín botánico, además de llevarse los equipos, hicieron lo propio con infinidad de plantas y destruyeron las que dejaron.

¿Y DÓNDE ESTABAN LOS PIÉROLAS Y LOS PRADO?

También se apropiaron de las rentas municipales destinadas a la educación y, los ingresos aduaneros, fueron destinados en gran parte al sostenimiento del ejército de ocupación y, la diferencia, se remitió a los cofres del tesoro chileno en Santiago. Se hicieron dueños del cobro de aduanas desde el 22 de enero de 1881 y al 31 de diciembre de ese año, recaudaron algo de tres millones de pesos. En 1882 los ingresos subieron a más de cinco millones cien mil pesos. Según Lynch, lo que se llevaron de las aduanas fueron casi ocho millones de pesos. En ese análisis no están comprendidos los cupos que en forma continua aplicaron a ciudades y ciudadanos.

Para mantener al ejército invasor, decomisaron el ganado donde lo encontraran, siendo diezmado sin contemplación, por eso, al producirse la desocupación, la riqueza ovina del país fue reducida a un 20%.

La libertad de expresión quedó suprimida por completo, disponiendo Lynch por decreto del 27 de mayo de 1881, que los directores de diarios y revistas fueran chilenos y, con un nuevo decreto del 5 de junio de ese año, se prohibió la publicación de libros, periódicos, folletos, e incluso hojas sueltas sin permiso del cuartel general. Él 7 de setiembre se impuso severas penas a quienes contravinieran lo decretado y, por último, el 14 de diciembre se dispuso que nadie pudiera publicar "noticias del enemigo".

Las fortalezas del Callao fueron desmanteladas y los cañones trasladados a Chile. La ciudad se cubrió de luto, suprimiéndose fiestas y festejos y la población procuró salir sólo lo imprescindible a las calles para no tropezar con la soldadesca de ocupación.

La depredación continuó en provincias, donde no sólo eran los saqueos a las propiedades públicas o privadas, sino la destrucción sistemática de cultivos, además de fusilar o castigar cualquier forma de oposición o resistencia e, incluso sin ella, procedieron a la aplicación de castigos, ya abolidos desde los tiempos de la esclavitud, como la flagelación, que podía ser seguida o no del fusilamiento, en otros casos se aplicaron los castigos sin juicios ni tribunales, a simple capricho de la oficialidad y las más de las veces sobre simples supuestos. Castigos y depredaciones se incrementaron conforme la resistencia en los Andes se acentuó y cualquier sospecha de vínculo con ella, fue penada capitalmente.

EL FIN NO TENDRÁ FIN…

Los restos de la marina de guerra, al verse liberados del tutelaje del Dictador y frente a la caída de Lima y Callao, lo cual les privó de una base de operaciones, decidieron hundir la flota antes que cayera en manos enemigas. Manuel Villavicencio como jefe, pese a encontrarse en la fortaleza de San Cristóbal, ordenó que el segundo jefe, procediera a cumplir las indicaciones y Arístides Aljovín, el 16 de enero, hizo destrozar la maquinaria e incendiar la "Unión" la cual se hundió al norte de la bahía del Callao. Años después se retiró el mástil de la nave que fue lo único que quedó por encima del agua y llevada a la escuela naval, donde sirve de símbolo a las futuras generaciones navales de una tradición, cual es, que la escuadra jamás se ha rendido, en conjunción, con la misma determinación que ha envuelto al ejército en su actuar. Junto con el hundimiento de "La Unión", se destruyeron otras naves como el "Atahualpa", y los transportes "Rímac", "Limeña", "Marañón", "Oroya" y el "Chalaco", así como lanchas o embarcaciones menores, todas fueron incendiadas y hundidas y no cayeron en manos enemigas, acto que despertó la cólera de los adversarios. Y seguirá…

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N R.-El administrador del blog asume una aceptación crítica del fondo del tema tratado en este post, pero discrepa de aquellas palabras o frases subidas de tono que en nada ayudan al esclarecimiento de la história.